Chau Manolo

Federico Aguer / [email protected]

No éramos íntimos amigos, pero nos unía una sincera relación de cercanía, ya que nos conocíamos de toda la vida. De chicos, compartí colegio con su hermano Emilio, y luego, en la etapa laboral, lo empecé a frecuentar seguido. Esta ciudad tiene el encanto y la maldición de una aldea, en la que todos nos conocemos de alguna parte; y con Manolo no fue la excepción.

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Devenido en transportista de hacienda, supo aprovechar sus conocimientos en el sector para hacerse primero un nombre como empresario, y más tarde dentro de las Cámaras del transporte.

Pero su inquietud e inconformismo crónico lo hacía chocar con las estructuras burocráticas, y demostraba sin tapujos su impotencia cotidiana de no poder resolver los dramas estructurales de la producción, la logística y del país.

Apostó a la política, pero su alto perfil y sus constantes y arriesgados conceptos no encajaban con la corrección política ni la diplomacia. Frontal, irónico y decidido, nos aportaba su mirada y sus sugerencias, casi a diario.

Nos cruzamos una y mil veces en los remates ganaderos; en las exposiciones y los eventos, y siempre nos animaba un aprecio mutuo que se traducía en divertidos diálogos y animadas jornadas compartidas. Nos teníamos afecto, respeto y mutua valoración.

De golpe no está más. Se fue. Sin decir nada, sin pedir ayuda, resignando esa rebeldía que lo caracterizaba tanto. Y me da bronca no haber podido estar ahí para darle una mano, para tener otra charla divertida, para poder haber intentado revertir ese proceso interno que de afuera no se veía. Para reírnos una vez más de nosotros mismos, como mejor la mejor terapia para seguir adelante en este país que te tritura los sueños y te golpea día tras día. Hoy debería escribir alguna crónica periodística de tu trayectoria, y contar quien fuiste para esta parte productiva de Santa Fe, pero no puedo. Esto es lo que mejor me salió.

Chau Manolo, ojalá estés en paz.