Cada pueblo, paraje o localidad de nuestro interior cuenta con el famoso "boliche". Un lugar de encuentro, en muchos casos readecuado a tiempos actuales, preservando su identidad y valor histórico.
Crédito: Gentileza
San Cristóbal. En Huanqueros, la tradicional esquinal del boliche también conserva otro signo de tiempos idos como el surtidor de nafta de cuando no había estaciones de servicio.
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Cerca del centro. En el Paraje El Chaquito, distrito Angel Gallardo, la familia Valetti mantiene más viva que nunca una joya de la región: el Almacén Verona.
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Tiempos idos, reflejados en las paredes de un almacén o una pulpería.
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Antigua esquina en Colonia Angeloni, departamento San Justo
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Valor local. En Ramona el boliche no sólo luce en lo arquitectónico, sino que también involucra a los dueños y parroquianos, quienes también aportan con su caracterirzación a crear el ambiente de antaño.
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Estantes con historia. Artículos de otros tiempos en los anaqueles del bolicha de Matilde, en Las Colonias, nos acercan a una vida pasada.
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Acodao en el "estaño". Los parroquianos son en sí mismos un patrimonio, como el caso de "Moncho" en Palacios, departamento San Cristóbal.
Por Javier Dellamónica (*) | Especial para Campolitoral
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Traemos algunas postales de espacios que tienen historias por contar y anécdotas para rescatar; de personajes que dejan o dejaron sus huellas y -porque no- sobre aquellas noches de tragos y juego de nunca terminar.
En localidades santafesinas como Palacios, Huanqueros, Ramona, Campo del Medio o Chaco Chico, sólo por enumerar algunos espacios en la región, estos típicos lugares de encuentro reflejan parte de la historia provincial.
Boliche: en la acepción más antigua del término, es un establecimiento de despacho de bebidas y comestibles ubicado siempre en los confines, en la frontera entre lo urbano y lo rural.
Los límites no sólo tienen que ver con lo geográfico, sino también con lo simbólico. Porque en un boliche conviven diversos personajes y costumbres del campo, que se reflejan y aprecian desde la vestimenta o los juegos de cartas, hasta el pagar "la vuelta" de algunos licores muchas veces ignorados en los hábitos citadinos.
Del paso por estos lugares, y sobre todo del tiempo vivido en sus ambientes, podemos resaltar como sellos de identidad el penetrante aroma que se forma al conjugar las especias, el café en grano, el cuero de los aperos, los quesos apilados en el mostrador y los chacinados en una fiambrera, con el olor rancio proveniente del despacho de bebidas y tabaco negro que "pitan" por los parroquianos.
Paradójicamente, estos boliches o pulperías son rastros de los tiempos de progreso que supo vivir el interior rural. Y por ello despiertan cierta nostalgia: hoy esos grandes salones preservan en sus paredes imágenes como trofeos de aquel tiempo de esplendor.
(*) Diplomado en Alta Dirección de Turismo Rural FAUBA
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